Queridos lectores, cuando hice las prácticas de biblioteconomía y archivística le pedía a mi dilecto profesor José Manuel Mora que me enviara a mi propia casa, pues allí bien las podía realizar y salir experto entre los libros centenarios que tengo y las colecciones de papeles que atesoro como historiador. Pero no… me mandaron a biblioteca Gabriel Miró, pero oigan ustedes nada de reproches, que guardo gratos recuerdos de allí: de los fondos y legados que custodian y de dos profesionales de los que aprendí mucho, Rosa y Juan; éste último terminó de formarme en catalogación, yo creo que hizo la tarea más ardua y paciente que me daría mi valía profesional en futuras bibliotecas. Constante viajero solitario que me regaló sus reglas de catalogación cuando se prejubiló, y del que me acuerdo muchas veces ahora que viajo solo: de sus consejos, viajes y modo de vida (no creo que nunca lea estas líneas, pero que sirvan de homenaje a esas personas anónimas que se cruzan en tu vida para aportar cosas buenas).
Al lío lectores, que me voy por las ramas. En estos días de descanso me puse a reordenar esos miles de papeles que os digo que tengo; más que ordenar, releerlos, cambiarlos de lugar y sorprenderme (o hacerme el sorprendido) al ver alguno que ya ni me acordaba… así disfruto yo desde que era pequeño.
Ayer apareció un pequeño libreto, facsímil de algún otro de los años cincuenta: Pabellón Artístico, único en España reza su título. Por lo que he decidido hablaros de él.
Se trata de una vieja atracción de feria formada por dioramas representativos de una España costumbrista de principios de siglo, cuyos personajes autómatas se mueven y te imaginas lo que dicen al leer pequeñas coplas que hay en sus cartelas.
Los autómatas siempre han sido seres misteriosos y admirados, figuras que hacían los relojeros por conocer el engranaje de sus mecanismos… Carlos V ya los coleccionaba en el s. XVI. En el s. XIX se pusieron de moda, desde los más simples o los más complicados, asociados a los magos y prestidigitadores (recordemos que mi gran Méliès, mago y cineasta, se retiró al anonimato regentando un pequeño quiosco de autómatas que él reparaba, propios de su profesión). Yo creo que hasta los años 80 estabieron vigentes, ¿quién de la generación EGB no ha tenido una hucha de las que por algún mecanismo motor era succionada la moneda? Pero amigos, en cuestión de 20 años llegó todo lo digital… y adiós a esos sanos juguetes que durante generaciones nos han dejado boquiabiertos.
Nos retrotraemos a ese periodo entre mi infancia y mi juventud, ¿10 u 11 años? No me acuerdo. Agosto. Feria de mi Villarrobledo natal. De esas noches que nos acercamos a dar una vuelta (íbamos mis padres y yo solamente) y allí estaba una vieja atracción que nunca antes había llegado a la localidad y que con plena certeza os diría que fue su última gira como tal. Se trataba efectivamente del Pabellón Artístico. Mi madre, como buena madre que quiere ver a su hijo contento me ofreció subir en varias atracciones, a las que me negué por no querer subir solo. Cuando llegamos allí volvió a insistir y accedí. Cuantas veces le debería haber dado las gracias por aquella insistencia. Pude ver in situ y con la misma finalidad que un día nació aquel viejo carrusel de feria.
Mi madre insistió porque ella con unos 6 años lo había visto en otra feria de Villarrobledo, pero cuando se ponía en la Plaza de Abastos, concretamente en laesquina de la C/ San Clemente. La vio con mis abuelos y se echaron grandes risas al ver aquellas escenas, de hecho muchas las recordaba y las comentamos cuando yo salí.
El concepto de humor cambia, a mí me sorprendió ver aquellas imágenes, pero no tanto como les tuvo que sorprender a la generación de nuestros abuelos que nacieron sin televisión y mucho menos a la de nuestros hijos que parecen haber nacido con un teléfono móvil.
Eran escenas antiguas con un humor antiguo… soldados, suegras, toros… los novios que se besan cuando la madre que los vigila se gira, o el gato con plumas en la boca tras comerse el pájaro de unos niños, son escenas que hoy no impresionan hoy en día y nos recuerdan a épocas pasadas.
Me acuerdo de la atracción de espejos cóncavos y convexos que deformaban a la persona que se ponía frente a ellos para así reírse un rato…. Atracciones con las que mis abuelos se lo pasaban muy bien pero que hoy ya no tendrían sentido ante el «factor sorpresa» de la deformación… si nuestro móvil hace videos a tiempo real poniéndonos orejas, ojos y hocico de perro o cervatillo….
Hace unos años, Manuel Ferrando, un particular de Alicante compró y restauró el viejo carrusel construido en la provincia de Córdoba por Antonio Valle a finales del s. XIX y que fue regentado por tres generaciones de su familia; siendo el hijo de este (afincado ya en Alicante) el que construyó hacia 1920 el que yo pude ver y fotografiar. Muchas de las imagines se las hicieron imagineros valencianos en esos años. La rehabilitación tuvo que ser una tarea ardua con aquellos engranajes, poleas y correas que funcional al unísono para dar vida a tanto escenario. Y durante los días de Navidad el Corte Inglés lo expuso como atracción navideña en la Avd. Maisonnave.
Pasé varias veces, previo pago en taquilla y recepción de librillo facsímil explicativo. Estaba perfecto… una maravilla que pude ver ya con ojos adultos y nostálgicos… recordando el amor y cariño de mi madre aquella feria de mi niñez, viendo una atracción viva que divertiría a cientos de personas… e imaginándome mentalmente a mis abuelos releyendo días después aquel librito que te daban con el texto y fotos del Pabellón Artístico, único en España.