Ha pasado un año y lo recuerdo como si fuera ayer. El día 7 de agosto de 2012 España entera se levantaba sobrecogida con al noticia del Ecce Homo de Borja (Zaragoza). ¡Qué digo España! ¡Europa entera y parte del extranjero! Aquel día un corresponsal de la BBC en Europa dijo que la obra restaurada se transformó en un «esbozo de un mono muy peludo con una túnica mal amarrada». Decirnos eso a nosotros: Reserva Espiritual de Occidentes, Espada de Trento, Martillo de herejes durante siglos…
El caso es que durante semanas la pintura acaparó telediarios, portadas, reportajes, entrevistas… dando la noticia la vuelta al mundo. Autobuses enteros de turistas, llegados desde los más variopintos lugares del planeta, se daban cita en Santuario de la Misericordia de Borja, pueblo al norte de Zaragoza, para ver la restauración hecha por nuestra amiga Cecilia.
Os pongo al día, Cecilia Giménez, paisana de Borja, aficionada a la pintura… decidió una buena mañana, así sin más, restaurar una pintura mural pintada por el profesor Elías García (1854-1934) sobre el yeso del Santuario. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, cogió sus pinceles y se puso a la faena: “que tapo un desconchón por aquí, que coloreo por allí, que mira que guapo estás quedando… que vas a ser la envidia de todo el mundo…” De aquellas que sale un viaje con los jubilados, y Cecilia se va de veraneo… sorprendiéndole la noticia en pleno viaje. Cuando regresó a Borja el cisco ya estaba montado. Y ella, a sus 85 años, sólo decía aquello de “pero si está sin terminar, si yo me fui de viaje y lo deje a medias, y mira la que me habéis liado…”. Disgustada estaba la mujer, menudo sofocón, no era para menos.
Creo que la frase manchega que mejor definiría la situación sería: «-Vaya pisto has armao, Tomate».
El pensamiento que en aquellos días más repetíamos Carmen, Coral y un servidor de ustedes era: «No doy crédito». Y es que señores, aquello nos lo cuentan a los españoles veinte años antes y pensamos que es el argumento surrealista de una película de Buñuel o delirios oníricos de Dalí, pero nunca un hecho que se materializaría. La guinda fue ver cientos de nuestro pequeño Ecce Homo desfilar por las calles de EEUU la noche de halloween.
Así fue como el 10 de noviembre de aquel año nos fuimos los tres (Corita, Mentxu y yo) a ver la pintura. Aquello no nos lo podían contar, lo tenían que verificar nuestros ojos.
Rumbo a Zaragoza montados en el Huevo de Cor, llegamos a Borja con el sol puesto y el tiempo justo; cerraban el Santuario y no teníamos tiempo material para recrearnos en tontunas.
El Santuario está, como suele ser habitual, en la parte alta del pueblo, delante de una placeta arbolada. Data del siglo XVI, aunque sus orígenes se remontan a la centuria anterior. La iglesia de una sola nave, de estilo popular, tiene un ábside poligonal (s. XVI) y varias capillas laterales. Posee una bóveda de lunetos construida en el s. XVII. La decoración en general y el altar mayor en particular siguen los cánones del arte barroco español (s. XVIII).
En uno de los contrafuertes de las referidas capillas se encuentran varios frescos, el inadvertido San Ignacio de Loyola y el polémico Ecce Homo. Cuando pasamos, después de pagar religiosamente nuestro euro para causas benéficas, vimos la obra, no sin antes quedar deslumbrados por los flashes de los turistas.
La pintura tenía más seguridad que las Meninas de Velázquez en el Prado, y no os miento mis queridos y boquiabierto lectores. Tenía un panel protector de metacrilato y un cordón de seguridad para que los curiosos (como mis amigas y yo) no se acercaran. Sólo faltaba una pareja de la Guardia Civil a cada lado de la pintura. Me recordó cuando hace años, en 1997, visité el Guernica en el Reina Sofía y aún tenía un cristal protector (hoy desaparecido) por si algún nostálgico de tiempos pasado dañaba la obra de Picasso. Pero ver aquellas medidas en Borja, y que el encargado de cobrar la entrada nos echara la bronca porque retiramos el cordón rojo que nos impedía hacer buenas fotos, diciendo: -«¡¡Esto en el Louvre seguro que no lo hacéis!!» resultaba cuando menos kafkiano.
A la hora en punto aquel hombre apagó las luces y nos echó a todos con cajas destempladas. Como si aquel hito de referencia mundial, nuevo icono del por-art, no tuviera importancia. Como si le sentara mal que Borja se conociese por aquella pintura… ¡con la de turistas que habrá llevado! Yo firmaría para que el Ayuntamiento le diera una paga vitalicia a Cecilia, embajadora de Borja.
Ayer salía una nueva noticia, Cecilia, con la que me hubiera gustado merendar aquella tarde, ha dibujado un nuevo Ecce Homo que servirá para ilustrar las etiquetas de unas botellas de vino. Si me queréis… ¡compradme una! que brindemos por la restauradora y por los buenos «raticos» que nos ha dado durante este año.
PD: No, no vendían postales, ni camisetas, ni tazas, ni gomas de borrar… porque os hubiera comprado a todos cosas.